miércoles, 6 de diciembre de 2017

TEMPLOS

 ¿Odiar a quien nos destierra es resignación o justicia?

Sembrasteis la semilla y esperasteis impacientes y orgullosos
que este goteo de lágrimas ajenas se tornase en sonrisas propias,
como si este mundo de manos limpias fuera el suelo fértil sobre el que plantar vuestras inútiles banderas color mugre y soledad.

Construisteis estatuas de sangre y mármol
y arrojasteis a las cunetas la dignidad de un pueblo
que gritaba paz
cuando se escuchaba odio.

Condenasteis al olvido a las voces llenas de libertad,
a la gente que no supo obedecer a los látigos de la triste obediencia que creasteis.

Hubo niños,
que jugaron sobre un charco de cadáveres.
Padres
que mataron a otros padres
restándose a sí mismos la poca fe que les dejasteis,
obligándoles
a tener las manos tan sucias como vuestra dignidad.

Redujisteis el amor a una piedra en el zapato,
la gratitud a un acto de debilidad
y la bondad
a un irrisorio desmerito de quien se da por vencido.

Y no vamos a callar
hasta que toda la verdad nos sea devuelta,
hasta que el mundo pague sus deudas
y nos conviertan en música
el rugido de las tripas perforadas,
cada silencio lleno de miedo
cada palabra hecha con odio
y cada trazo de esperanza.

No vamos a callar
porque no podemos.

Hasta que Lorca vuelva a estar tan vivo
como el dolor latente de habérnoslo quitado,
hasta que el odio sea sólo un signo de indiferencia hacía quienes no nos quieren ver bailar sobre sus edificios llenos de números y papeles vacíos,
y las manos de quienes nos acarician
no duden de llegar a fin de mes.

Es
la única guerra que mantengo inalterable
convencido de que el mundo aun nos debe demasiado.

Es
la única guerra en la que vanaglorio el odio como respuesta a la indiferencia
de quien no quiere vernos el corazón
más allá de estas manos con las que construimos sus templos
y tratamos de mantener a salvo
los escombros
del nuestro.



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