jueves, 7 de septiembre de 2017

HÉROES

No sé si era jueves
pero podría serlo.

Era verano, año 2009.

Yo conducía el viejo Citroën granate de mi abuelo
con dos bolsas de marihuana en la guantera
The louk en los altavoces
y ningún carnet en el bolsillo.

Venía de follar con una chica
a quién nunca miré a los ojos.

Pensando en gastar el dinero
que aún no tenía
en un collar para mi madre con forma de disculpa
-sin arrepentimientos
pero sincera-
por otra cagada que nunca acepté.

Y aún creía que vivir era eso;
jugar a los dados con el riesgo en cada esquina
sin más miedo que la muerte,
y ni siquiera.

Que la historia era distinta lo comprendí después.
Después de las deudas y las decepciones,
de las mentiras,
de las multas.
Después de las lagrimas,
y los delitos,
de las peleas y los gritos.

Acabé con esa escena de John Fante
en donde protagonizaba la presuntuosidad de un chaval disfrazado de héroe callejero,
el drama de un buscavidas invencible,
aunque a veces la reviva.

Y no hizo falta una palabra para entenderlo,
sólo el silencio,
tiempo,
y la soledad vengativa que deja tras de sí una vida al borde del abismo.

Lo realmente heroico no era jugarse la vida conduciendo a toda hostia y sin dirección
sino mantenerse en pie
admitir que estás profundamente perdido
ser honesto
pagar facturas
pedir perdón
aceptar errores
resistir los golpes
agradecer la vida
sonreír 

y hacer las cosas bien
al menos


por una vez. 

martes, 5 de septiembre de 2017

REINCIDENTE

“No hay pues mujer más sola,
más tristemente sola,
que la que quiere amar a un hombre triste.”

Piedad Bonnett

La vida se me cae a pedazos en el eterno tiritar de miedos que ya no me asustan,
pero molestan.

Yo que siempre tenía una sonrisa a mano para cualquiera,
un beso dispuesto y sincero a entregarse
y las absurdas ganas de salir al ring hasta que muera,
y ahora
me sofoca el cansancio repetitivo de mi memoria al primer suspiro,
me embarro en el infinito bucle de errores sobre el que camino
y soy incapaz, siquiera, de pelear por mí mismo.

No sé desclavar los fracasos sin sentirme culpable,
y me acojona convertir en rutina las ausencias,
observar desde el palco mi vida destruirse,
olvidar que un día supe cómo hacerlo bien.
Antes
de las faldas y los porqués
de las mentiras y los silencios.
Antes, incluso,
de las promesas y los excesos.

Claro que no quiero esta vida descarrillada,
este desfile de tropiezos y desencuentros
en dónde salgo más noches que la Luna
y me pongo más días que el Sol,
pero no conozco otra forma de salir del error
que no sea cayendo en otro más grande.

Sería más fácil si comenzara admitiendo que estoy profundamente perdido,
que hace tiempo que me encuentro mejor en los bares
que en la cama,
y que las únicas certezas que advierto siguen sin gustarme demasiado
porque son excesivamente sinceras
para todo lo que me autoengaño.

Ojalá supiera capear a la tristeza,
evitar las lágrimas
y enfrascar un poco de esperanza
para cuando nos vengan mal dadas.  

Necesito salir de este laberinto de espejos y miedos
empezar reconociendo que, de nuevo, me equivoco,
que no tengo ninguna explicación para toda esta tristeza, pero pesa.

Y lo siento
si vuelvo a quedarme sin palabras,
si no cojo el teléfono otra vez
y huyo de los problemas que yo mismo provoco.
Te prometo que trato de hacerlo de bien,
y te prometo, también, que te quiero,
por eso me alejo
pero no abandono.
Nunca se me dio bien ser libre y feliz al mismo tiempo.

Supongo que estás cansada también de eso,
y lo entiendo.

Por eso me escondo
sin casa, ni dirección,
con lástima y remordimiento;

porque ya he aceptado que mi vida es una mierda
pero jamás permitiría
que eso ensuciara


la tuya.