sábado, 4 de noviembre de 2017

OVIEDO

No es sólo este pestañeo de años atravesados en cada recuerdo,
ni echar de menos con constancia y fuerza lo que un día fue mi vida
y hoy ya no.

Saberse lejos de las colegialas
de las carpetas llenas
y las noches que duran dos días
y cien disculpas.

Entender que más allá del hoy no queda nada,
que detrás de mí
tampoco.

Tal vez la sospecha de haber sido feliz entre calles frías y oscuras
donde probé la coca
bebí sin lástima
y aprendí a mentir
con la cabeza alta y la mirada fija.

Tal vez la sombra de una errante certeza que me hace sentirme prescindible
en la misma ciudad que me hizo entender lo contrario.

Cuál es el camino ahora,
a dónde debo dirigirme
para huir
de la cruel verdad donde compruebo que vuelvo a estar demasiado lejos
de todo aquello
-aunque repetible-
irrecuperable.

Es como si incluso el recuerdo estuviera demasiado lejos
y de nada sirviera invocar a los dioses de la pena y los milagros.

Es
como ver un tren correr tras un cristal
y saber que tú vida va dentro
sin esperanza de regreso.

Como seguir andando por inercia y sinsentido
por lugares cotidianos pero ajenos
y lejos de quien siempre estuvo en ellos.

Supongo que solo tenga que domesticar la pena
para desanclar mi vida del pasado
y comprobar que deshacer los pasos no te lleva a donde quieres ir.

Seguir.

Dejar de ocupar un espacio que ya no me corresponde.

Subrayar las frases donde escribo:
La memoria es ese alfiler que agarra lo que quiere
y, a menudo, pincha.

Para entender, al fin,
con las lágrimas sobre el asfalto,
que no hay peor tortura
que obligarse a ser feliz
donde ya nada 

es igual.