sábado, 30 de diciembre de 2017

CREDOS

Echo de menos ver mi lengua bailar sobre tu clítoris,
el eco de tus carcajadas haciendo sombra al mundo,
la ilusoria certeza de creer 
que hay algo en lo que creer 

y dudar
 entre tu risa

o tu coño.

CARICIAS

Desde que te fuiste
mis manos rara vez acarician.

Huelen a semen y a costo
y empiezan a enraizarse tras mis bolsillos, 
tristes
inútiles
huecas

como si después de ti


ya no quedase más mundo que tocar.

APUESTA

Si no te crees capaz piensa en las balas que sólo aciertan cuando fallan.

jueves, 28 de diciembre de 2017

HACE TRES CERVEZAS QUE IBA A SER LA ÚLTIMA

¿Cuantos perdones caben en un adiós? 

¿Cuántos ojalas en un cenicero lleno de dudas?

¿Cuántos te quiero en un silencio tardío?

Hace tres cervezas
que iba a ser la última
y demasiadas noches
con demasiadas preguntas detrás.

Deja que me acabe este sorbo
y envuelva para llevar lo que resta de noche.

Que este jueves
triste
fugaz
y sincero
se lleve la cobardía hacia otro felpudo. 

Antes de que se nos eche encima
la multitud de sinsentidos
que dan sentido a esta ciudad
y desaparezcas como David Blane entre las calles
dejándome, de nuevo, a cero
vencido
borracho
y feliz
casi, como me encontraste.

¿Qué hay de la magia cuando no queda esperanza?

¿Dónde se siembran los sueños que se comparten?

¿Cuándo acaba la libertad y comienza el daño?

Y casi
con esperanza de culpable
apunto otra pregunta en la servilleta,
te pones a mi lado
yo digo tonterías
y asumo otra victoria cada vez que sonríes.

Es fácil
me dices sin saberlo.

La vida es extraña y maravillosa;
tenemos  el mar y los perros
bares como este
caricias
problemas
y no sabemos si tiempo
y no tenemos ni ganas, a veces,
de volver a intentarlo
pero lo hacemos.

¿Cómo se quiere a quien no se quiere a sí mismo?

¿Cómo se olvida lo que nunca ocurrió?

¿Hay despedidas sin luto?

Y a cada paso
acompasado
resuelvo dudas
y trato de no reducirlo  todo a ti
cuando todo se resume a tu metro sesenta
y hasta el gris de las aceras
me obliga a ser feliz.
Apuesto la última bala
a una esperanza caduca
y cruzo los dedos
los días que me cuesta salir ahí afuera y pelear
contra un tráfico de rutina
y burocracia
esperando encontrar una mirada cómplice
entre tantas pantallas
o un bar como este
donde tenga sentido lo que escribo
y lo pierda la razón.

¿Se puede curar a un muerto?

¿A qué saben las mentiras escritas con lealtad?

¿Cuánto se espera a quien no vuelve?

¿Qué cosas ven los que no miran?

¿Por qué la vida, mi vida, por qué la vida?

¿Y quién lo elige? 

Entonces
como un chivato destripando la verdad
sacas un espejo
y me confiesas:

Ahí están todas las respuestas. 

Mientras
yo
apenas me distingo en una mancha borrosa

y supongo
que incluso ahí,
o sobretodo entonces,

también aciertas.

martes, 12 de diciembre de 2017

ME BASTA


"Desde que ella me besa ya no me duelen las que no me besaron.
Desde que ella me ama ya no me duelen las que no me quisieron."

Batania Neorrabioso

Habrá cansancio, dudas, tristezas.
Llantos inconsolables
como días sin luz.
Noches de porqués
incoherencias.
Decepciones hechas a medida.

Látigos persistentes
sobre la misma herida.
Culpas amargas
que costará tragar.

Esperanzas desesperanzadas
y reproches atemporales
con nuestro nombre escrito.
Pero también amor.
El suficiente para poder decirte
sigo.
Para saber que hay penas que no valdrá la pena asumir
y seguir
con el firme propósito de intentar hacerlo bien
aunque no sepa cómo. 
Porque más allá de este cerco de miedos,
detrás de los cristales rotos
y las preguntas vacías
estás tú
y no sé si suena a esperanza o a milagro
pero convence.

miércoles, 6 de diciembre de 2017

TEMPLOS

 ¿Odiar a quien nos destierra es resignación o justicia?

Sembrasteis la semilla y esperasteis impacientes y orgullosos
que este goteo de lágrimas ajenas se tornase en sonrisas propias,
como si este mundo de manos limpias fuera el suelo fértil sobre el que plantar vuestras inútiles banderas color mugre y soledad.

Construisteis estatuas de sangre y mármol
y arrojasteis a las cunetas la dignidad de un pueblo
que gritaba paz
cuando se escuchaba odio.

Condenasteis al olvido a las voces llenas de libertad,
a la gente que no supo obedecer a los látigos de la triste obediencia que creasteis.

Hubo niños,
que jugaron sobre un charco de cadáveres.
Padres
que mataron a otros padres
restándose a sí mismos la poca fe que les dejasteis,
obligándoles
a tener las manos tan sucias como vuestra dignidad.

Redujisteis el amor a una piedra en el zapato,
la gratitud a un acto de debilidad
y la bondad
a un irrisorio desmerito de quien se da por vencido.

Y no vamos a callar
hasta que toda la verdad nos sea devuelta,
hasta que el mundo pague sus deudas
y nos conviertan en música
el rugido de las tripas perforadas,
cada silencio lleno de miedo
cada palabra hecha con odio
y cada trazo de esperanza.

No vamos a callar
porque no podemos.

Hasta que Lorca vuelva a estar tan vivo
como el dolor latente de habérnoslo quitado,
hasta que el odio sea sólo un signo de indiferencia hacía quienes no nos quieren ver bailar sobre sus edificios llenos de números y papeles vacíos,
y las manos de quienes nos acarician
no duden de llegar a fin de mes.

Es
la única guerra que mantengo inalterable
convencido de que el mundo aun nos debe demasiado.

Es
la única guerra en la que vanaglorio el odio como respuesta a la indiferencia
de quien no quiere vernos el corazón
más allá de estas manos con las que construimos sus templos
y tratamos de mantener a salvo
los escombros
del nuestro.



lunes, 4 de diciembre de 2017

LA HABANA

No beso el suelo que pisan 
pero amo hasta su última piedra. 

Los taxistas ven en mí el reflejo de una mirada curiosa y desorientada
intentando aparentar normalidad. 


Y en esa mezcla de sueños, al fin, palpados
y estas ganas de llorar sin fronteras
me debato. 

Es miércoles, 8 de noviembre de 2017, 
llueve en la Habana
y nunca me alegré tanto de ver llover 

y saberme vivo.

sábado, 4 de noviembre de 2017

OVIEDO

No es sólo este pestañeo de años atravesados en cada recuerdo,
ni echar de menos con constancia y fuerza lo que un día fue mi vida
y hoy ya no.

Saberse lejos de las colegialas
de las carpetas llenas
y las noches que duran dos días
y cien disculpas.

Entender que más allá del hoy no queda nada,
que detrás de mí
tampoco.

Tal vez la sospecha de haber sido feliz entre calles frías y oscuras
donde probé la coca
bebí sin lástima
y aprendí a mentir
con la cabeza alta y la mirada fija.

Tal vez la sombra de una errante certeza que me hace sentirme prescindible
en la misma ciudad que me hizo entender lo contrario.

Cuál es el camino ahora,
a dónde debo dirigirme
para huir
de la cruel verdad donde compruebo que vuelvo a estar demasiado lejos
de todo aquello
-aunque repetible-
irrecuperable.

Es como si incluso el recuerdo estuviera demasiado lejos
y de nada sirviera invocar a los dioses de la pena y los milagros.

Es
como ver un tren correr tras un cristal
y saber que tú vida va dentro
sin esperanza de regreso.

Como seguir andando por inercia y sinsentido
por lugares cotidianos pero ajenos
y lejos de quien siempre estuvo en ellos.

Supongo que solo tenga que domesticar la pena
para desanclar mi vida del pasado
y comprobar que deshacer los pasos no te lleva a donde quieres ir.

Seguir.

Dejar de ocupar un espacio que ya no me corresponde.

Subrayar las frases donde escribo:
La memoria es ese alfiler que agarra lo que quiere
y, a menudo, pincha.

Para entender, al fin,
con las lágrimas sobre el asfalto,
que no hay peor tortura
que obligarse a ser feliz
donde ya nada 

es igual. 

martes, 24 de octubre de 2017

A DURAS PENAS


“and i will go if you ask me to
i will stay if you dare”
Gregory Alan Isakov
Te quiero más allá de las dudas,
de las efímeras noches cargadas de miedos y vicios
donde no estás y apareces,
más allá de papeles e iglesias,
del éxtasis y la sequia
detrás de la costumbre y el conformismo,
a manos llenas
sin medida
desde el pulmón hasta el tuétano,
te quiero como si el mundo explotase mañana
y aun pudiésemos bailar la noche entera.
Y, todavía, me sabe a poco,
porque me faltan huevos para no hacerte daño,
la habilidad
para sentarme a tu lado y conseguir que todo encaje.

A veces
el amor no entiende la suma
y querer no es suficiente,
y tú me escupes los reproches que tantas veces he oído
y tantas quise evitar
y yo te juro que es la última vez que juro
porque te quiero,
y prefiero verte reír con otros
que llorar conmigo.

Y porque es duro admitir el fracaso de no haber cumplido con el único objetivo que me impuse:
hacerte feliz, no daño.

Y no sé si tras mi huida dejo los pasos marcados de una victoria
que cuesta asumir,
no sé cuál es el precio a pagar de una vida al servicio de la libertad
ni entiendo este juego de deseos y heridas
en donde se pierde más de lo que se apuesta,
es todo tan complicado
como mis pasos a las tres de la mañana,
tan doloroso
que no parece amor.

Sin embargo,
hay veces en que nos miramos como quien descubre la respuesta
o abre una ventana,
hay noches en que cambiaria todas las barras de bar
por un instante contigo,
y sé muy bien que todavía nos queda fe entre los dedos.

Pero no sé cómo hacer para no hacerte daño,
para no cometer más crímenes en el nombre del amor
y convertir el presente
en esas mañanas donde te hago llegar tarde al trabajo
por cinco minutos más de caricias.

No sé cómo hacerlo.

Lo juro.

Por eso, a veces,
desaparezco desconsolado y triste,
pensando que la libertad
tan solo es una palabra para echar de menos a alguien,
y me acuesto con el incansable eco de esa persistente duda,
y huyo
porque no se cómo quedarme
y lloro
porque no recuerdo sonreír
y tiemblo
porque me lo creo.

Otras, sin embargo,  me hago el fuerte,
discuto a gritos conmigo mismo y gano
asumiendo que alejarnos y echarte de menos
es quererte tal y como eres;
libre.

Y dejo que el viento se encargue de ti
mientras yo
a duras penas

soplo.


viernes, 20 de octubre de 2017

SOBRE CRISTALES


“La de personas a las que he hecho llorar desde que no te hago reír a ti”
Escandar Algeet


Echo de menos que ya no me eches de menos,
que no sea tu voz la que suene al otro lado de cada llamada,
el “fóllame, pero no me jodas” que me concedías con cada polvo de redención
y que ahora me suena tan lejos que ni siquiera escucho.
Me resigno a aceptar mi muerte,
-seguro que el mundo aun brilla sin ti- pienso

y en este falso y tardío intento de olvidar
vuelvo a engañarme.

Culpo a cualquiera antes que a mí
de esta vida tan cuesto abajo y resbalando que yo solo me busco
tantas veces,
tantas noches.
Y bailo sobre cristales
porque siempre fue mucho más fácil parecer feliz
que serlo.

Desde que me acuesto solo me faltan razones para dormir
y me invento cualquier excusa para no hacerlo.

Hace tiempo que no sé
si bebo para olvidar
o porque ya te olvidé, hace tiempo.

Vuelvo a estar tan perdido como mi mirada a las tres de la mañana,
tan confuso y desorientado
como un perro sin casa ni dueño.

Porque hay silencios que duelen más que cualquier palabra
y espejos que te advierten que no llevas buen camino,
que ya va siendo hora de empezar a cuidarse.
Y hay noches en las que no sé cómo deshacerme de esta soledad acusadora
que se ríe y me señala,
que me obliga a colocarme para olvidar mi pena
y más tarde vuelve para cobrármela con intereses.
Y hay días en los que vivir resulta una obligación demasiado exigente,
en los que no estoy a la altura del guion,
ni siquiera para estar triste.

Me cuesta aceptar que no estarás detrás de mi día a día,
ver que los coches ya no reflejan nuestra silueta  en sus cristales
y que la vida, a pesar de eso, avanza,
pero imaginarte feliz y lejos me ayuda a entender por qué lo hiciste,
lo de marcharte.

Y será que hay veces en las que el mundo me parece un lugar horrible si no me despierto contigo, y que hace demasiados ojalás que no lo hago,
lo de ser feliz.

Será
 que suele ser más fácil llorar que explicar por qué lo haces.

Así que me callo,
tiro los papeles donde escribí que te echo de menos con ilusión de suicida,
abro una cerveza,
acaricio a mi perro,
y, poco a poco, me voy acostumbrando al daño, aunque siga sin entenderlo.

Dejo de engañarme imaginando que tú también piensas en mí
pero no te atreves a llamarme.
Asumo que no me buscarás tampoco esta noche, 
que no hagas, siquiera, el amago de quererme por compromiso
y vuelvo a quedarme en silencio.

Porque prefiero callarme, mi amor,
a pedirte que me quieras.
Tú me lo enseñaste:

el amor, no es ninguna exigencia.


domingo, 15 de octubre de 2017

MEMENTO VIVERE


"No temer a la muerte ni al olvido, no aceptarle a la vida una limosna,
no conformarse con
menos que todo."
Raquel Lanseros



Vivir como quien no duda, quiero.

Atravesar la densa estepa de los días donde el sol no existe
con la digna alegría del que sueña en alto
y se atreve
a atreverse.

Vivir quiero, aunque me esté muriendo,
aunque en este intento de intento  me muera
quiero vivir sin miedo, bocabajo y de costado;
a bocajarro.

Pulir los llantos hasta hacerlos mármol,
besar el cielo hasta hacerlo mío.

Y no entender nunca que el camino se acaba,
que un día no hay día
y la noche se alarga demasiado,
que no volverá la tristeza a llamar a tu puerta,
ni el hastío
ni el miedo,
pero tampoco el amor,
ni el sueño,
ni el morbo,
que ya no habrá nada que temple tu ira
y habrá quien te piense como un héroe o un mártir
y no podrás siquiera decir lo que fuiste
defender tu papel de héroe o de mártir,
decir a los tuyos; No llores mi vida
porque no habrá vida que sustente tu voz,
ni voz en tu vida.

Por eso quiero vivir
con el ansia en la sangre
y dejar de luchar por nada
que no valga mi tiempo
estrujar los segundos como un fruto podrido
y meter mano al mundo
sin que se dé cuenta.

Olvidar, un instante,
que no somos nadie,
que, a veces, la vida se torna imposible
áspera
insalvable
y el planeta se tiñe de añil
y la amarga verdad que el espejo te escupe ya no te convence.

Vivir quiero,
y olvidar por un trago
que vivo con miedo,
agarrar esta vida
como si fuese la última
y caminar erguido
con decisión y sin dudas.
No transitar por la falsa idea de perseguir una vida
que, a veces, no es mía,
sino vivir
como los que viven
y sueñan
y abrazan
y cuidan sus plantas
y van al gimnasio,
aunque no duerma
ni entienda de flores
ni abrace en exceso
y tenga más afición a los bares que a las pesas.

Quizás demasiada demanda
para un camino tan corto
pero no me conformo con menos,
vivir a medias
sigue siendo un suicidio pactado,
un desgarro,
un insulto.


Y no quiero eso.

Quiero vivir
sin que eso me duela,
es simple mi rezo.
Y cuando la muerte venga  por mí
hacerme el vivo

y esperar su ausencia.

miércoles, 4 de octubre de 2017

LA BÚSQUEDA

Te busqué más allá de las mentiras
que yo solo me inventé para olvidarte,
en las espídicas noches donde me deslizo al filo de una navaja
cada vez más oxidada,
en el fango,
en las ventanas abiertas
y en  las miserables camas abandonadas que dejaste a mi lado.

Vuelvo a no hallar consuelo en nada,
a convencerme de que es mejor estar perdido
que perder,
y destapo la miseria a manos llenas,
descubro la amarga verdad amotinada bajo esta sábana sucia
repitiéndome uno a uno
cada error.

Pero no te encuentro en ninguno.

Mi acierto más fracasado,
mi lágrima más feliz,
ahora que te he perdido del todo
y para siempre
es cuando puedo pronunciar las palabras que siempre callé.

Comprobar, de nuevo, el tacto insumiso y tierno
de la soledad abrazando mi cuerpo sin ti,
no encontrar rincón ni trinchera donde poder llorar a gusto
y descansar de la tiranía de la felicidad
rendido y entregado a la tristeza más pura.

Ahora que me sé juez y reo
de esta culpa tan nuestra
y de esta herida tan mía.

Me abandono una noche más
como quien espera a la muerte
a sabiendas que detrás de la búsqueda
tan solo hay miedo de encontrarme a mí mismo

y esperanza
de que en el hallazgo

ya no sobrevivas.


jueves, 7 de septiembre de 2017

HÉROES

No sé si era jueves
pero podría serlo.

Era verano, año 2009.

Yo conducía el viejo Citroën granate de mi abuelo
con dos bolsas de marihuana en la guantera
The louk en los altavoces
y ningún carnet en el bolsillo.

Venía de follar con una chica
a quién nunca miré a los ojos.

Pensando en gastar el dinero
que aún no tenía
en un collar para mi madre con forma de disculpa
-sin arrepentimientos
pero sincera-
por otra cagada que nunca acepté.

Y aún creía que vivir era eso;
jugar a los dados con el riesgo en cada esquina
sin más miedo que la muerte,
y ni siquiera.

Que la historia era distinta lo comprendí después.
Después de las deudas y las decepciones,
de las mentiras,
de las multas.
Después de las lagrimas,
y los delitos,
de las peleas y los gritos.

Acabé con esa escena de John Fante
en donde protagonizaba la presuntuosidad de un chaval disfrazado de héroe callejero,
el drama de un buscavidas invencible,
aunque a veces la reviva.

Y no hizo falta una palabra para entenderlo,
sólo el silencio,
tiempo,
y la soledad vengativa que deja tras de sí una vida al borde del abismo.

Lo realmente heroico no era jugarse la vida conduciendo a toda hostia y sin dirección
sino mantenerse en pie
admitir que estás profundamente perdido
ser honesto
pagar facturas
pedir perdón
aceptar errores
resistir los golpes
agradecer la vida
sonreír 

y hacer las cosas bien
al menos


por una vez. 

martes, 5 de septiembre de 2017

REINCIDENTE

“No hay pues mujer más sola,
más tristemente sola,
que la que quiere amar a un hombre triste.”

Piedad Bonnett

La vida se me cae a pedazos en el eterno tiritar de miedos que ya no me asustan,
pero molestan.

Yo que siempre tenía una sonrisa a mano para cualquiera,
un beso dispuesto y sincero a entregarse
y las absurdas ganas de salir al ring hasta que muera,
y ahora
me sofoca el cansancio repetitivo de mi memoria al primer suspiro,
me embarro en el infinito bucle de errores sobre el que camino
y soy incapaz, siquiera, de pelear por mí mismo.

No sé desclavar los fracasos sin sentirme culpable,
y me acojona convertir en rutina las ausencias,
observar desde el palco mi vida destruirse,
olvidar que un día supe cómo hacerlo bien.
Antes
de las faldas y los porqués
de las mentiras y los silencios.
Antes, incluso,
de las promesas y los excesos.

Claro que no quiero esta vida descarrillada,
este desfile de tropiezos y desencuentros
en dónde salgo más noches que la Luna
y me pongo más días que el Sol,
pero no conozco otra forma de salir del error
que no sea cayendo en otro más grande.

Sería más fácil si comenzara admitiendo que estoy profundamente perdido,
que hace tiempo que me encuentro mejor en los bares
que en la cama,
y que las únicas certezas que advierto siguen sin gustarme demasiado
porque son excesivamente sinceras
para todo lo que me autoengaño.

Ojalá supiera capear a la tristeza,
evitar las lágrimas
y enfrascar un poco de esperanza
para cuando nos vengan mal dadas.  

Necesito salir de este laberinto de espejos y miedos
empezar reconociendo que, de nuevo, me equivoco,
que no tengo ninguna explicación para toda esta tristeza, pero pesa.

Y lo siento
si vuelvo a quedarme sin palabras,
si no cojo el teléfono otra vez
y huyo de los problemas que yo mismo provoco.
Te prometo que trato de hacerlo de bien,
y te prometo, también, que te quiero,
por eso me alejo
pero no abandono.
Nunca se me dio bien ser libre y feliz al mismo tiempo.

Supongo que estás cansada también de eso,
y lo entiendo.

Por eso me escondo
sin casa, ni dirección,
con lástima y remordimiento;

porque ya he aceptado que mi vida es una mierda
pero jamás permitiría
que eso ensuciara


la tuya. 

domingo, 20 de agosto de 2017

CARTA ABIERTA A LA HUMANIDAD


Por desgracia estas palabras, escritas hace ya bastantes muertes, siguen vigentes hoy...


Vengo de llorar a mares
por ver mares contaminados,
de gritar a Dios que pare,
que vuelva a ponerlo todo en su sitio.

La pena aun no ha prescrito:
me sigue doliendo el mundo.
Ya me aprietan demasiado estas cadenas, no puedo seguir callado.
No quiero vuestras medallas,
quedaros  los premios por la paz.

Quiero, que no caigan mas bombas en Gaza,
que el humo de esas fabricas me deje ver las estrellas,
que no gane el silencio cuando domina el miedo,
que de una puta vez, el amor, valga más que el dinero.

Poder decirle a Salvador Puig
que morir mereció la pena,
que el mundo comenzó a florecer
con su cuerpo envuelto bajo esta tierra,

pero hoy, todo, me sabe a poco.

Paramos la ley del aborto,
y qué,
si el machismo sigue matando.

Cortamos la cabeza a reyes soberanos,
encerramos a políticos corruptos,
y qué.

Si el poder nunca ha estado en nuestras manos.

Sobrevivimos a dos guerras mundiales,
conseguimos el voto de las mujeres,
deshicimos la instrucción militar e hicimos obligaría la educación.
Tuvimos al Ché, a Gandhi, a Mandela
A Frida kalho, a Rosa Parks, al subcomandante Marcos…

Y qué,
si dijimos no a la guerra y nadie nos hizo caso,
si se siguen vendiendo más armas que libros,
si siguen muriendo inocentes delante de nuestros ojos,
si ya no hace falta mirar a otro lado
para saborear la miseria.


No me culpen de pesimista,
esta, es nuestra historia.

No pude ser feliz.

Perdón, por intentarlo.



CANDELA

“Te quiero. Me dirías.”
Elsa López
Ahora que no te veo
pero te siento,
que las aceras están cansadas del sinsentido de mis pasos
y hasta los dioses te rezan para que sigas bailando.

Vengo a decirte
que me imagino contigo y no me asusto,
que he visto a los espejos mirarte y creer en los milagros
y a los poetas quedarse mudos si tú estás cerca.

Lo poco que sé de ti ya no me basta.
Y ansío seguir tus huellas por donde pisen,
aunque tropiece con tanto mundo que a veces duela
y ni siquiera me queden fuerzas para seguirte
las noches que se atragantan en mi memoria,
los días que respirar sea una carga.

Porque me enseñas, sin pretenderlo,
que cada lunes hay un motivo
y hasta los días más tristes tienen remedio
si tú sonríes.

Que no he podido pensar despacio,
quererte lento,
besarte suave,
pero lo sueño.

Vendrás trepando por cada miedo mustio
para dejar tu olor en mis rincones y darme aliento,
restando añicos de mis desastres,
pintando flores en cada monstruo.

Como una brisa inesperada que parte el viento y peina el alma,
como una luz que calma pero no ahoga;
 así llegaste.

Y traes contigo el suave pálpito de una esperanza,
las serias ganas de lanzarme contra tu boca,
el milagro hecho cuerpo ante mis ojos,
y no lo creo.
Que ante este intento de juntaletras barato te me aparezcas
y me desarmes.

Porque bien sabes lo que no escondo;
que tengo más de golfo que de poeta,
aunque lo lleve con honestidad y valentía
y no me asuste decir te quiero
si así lo siento
o decir lo siento,
si la he cagado.

Y, mientras tanto, por si lo olvido, te lo recuerdo,
que sigo soñando con los ojos abiertos si tú me miras,
sumando anhelos a esta utopía de ilusiones si me acompañas,
y andando,
 con la impaciencia entre las manos
de querer encontrarte en cada esquina
donde sé que no aparecerás e inevitablemente te busco.

Te lo advierto;
no voy a olvidarte.

Si te hubieras visto pasear por Poniente,
dos metros por encima del mundo,
tres vidas por encima de mí,
lo entenderías.

Que si tú quieres, mi flaca, la tristeza dimite,
el mundo se para, las guerras se acaban.
Y hacemos de esta condena una esperanza,
pintamos mundos donde quepa el sueño,
sueños, donde quepa el mundo,
y gritamos en pancartas lo que nos duele,
y cantamos al oído lo que nos gusta,
y bailamos cada canción como si fuese la última
y cada beso, como el primero.

Porque aun tengo mucha vida que desgastar por delante
y la dudosa certidumbre de querer que sea contigo. 

lunes, 7 de agosto de 2017

González Besada


"Hay cosas en la vida
que sólo se resuelven junto a un cuerpo que ama."
Javier Egea



Ya no escucho tus jadeos de perra en celo, de diosa insumisa,
haciendo eco en las paredes de esta habitación.
He olvidado el sabor de mi lengua de gato por los pliegues de tu piel,
el silencio obligado en cada polvo a escondidas,
la inocente mirada cómplice con la que me permitías disfrutarte a cada poro.

Sin embargo, recuerdo que, a veces,
cuando volvía borracho a casa arrancaba las flores de las macetas
para regalártelas.
Y lo sé, porque ahora veo como crecen en los tiestos y me asusta imaginar que ya nadie las roba por amor.

Quiero pensar que tú tampoco lo olvidas,
que el recuerdo no pasa por ti en forma de cicatriz,
sino de caricia,
y sonríes.

-Además, siempre has sabido que sonreír
era hacerle la mayor competencia al mundo,
aunque nunca quisieras admitirlo.-

Sospecho que la ausencia está justificada, y
bajo estas grietas era imposible vivir, lo entiendo.
Y no me molesta tanto estar solo como estar sin ti.
Es sólo tristeza atragantada,
recuerdos que aun no sé donde colocar para que no duelan,
secuelas enraizadas bajo este techo sobre el que ya no habitas.

Porque, a veces, abro la puerta del hogar donde no estás
y te echo tanto de menos
que empiezo a no saber cual de todas las verdades era mentira,
cual de todas las noches
era verdad.


Y duele. 

El sueño ha caducado: 
París no nos espera,
hace tiempo que nuestra canción dejó de sonar
y en los espejos del ascensor ya nadie folla.
La vida, mientras tanto,
sigue impasible con su aplastante cotidianidad manchándolo todo de rutina y miseria. 

Y yo, solamente, trato de no pensar que esta vez sí,
que cuando, consumido por la noche y los vicios,
suba los 36 escalones que separan el portal del hogar donde antes nadie nos vencía,

estarás ahí,
con la cama sin hacer
enganchada a tus series
y fumando tranquila,
y yo, no tendré que enfrentarme a esta soledad acusadora,
a este goteo de sombras y silencios
con el que me acuesto cada noche
y me levanto
a cada segundo,
para preguntarme en qué preciso momento cambiamos la risa por el kleenex,
en cuál de todas estas tristes esquinas se nos perdió la esperanza
o dónde escondimos las ganas de vernos desde aquella última vez. 

Por suerte,
cerrar los ojos me obliga a verte sonriendo y feliz,
con las flores que ya no arranco entre las manos,
aunque sea incapaz de abrirlos

para afrontar mi vida

y la verdad.











viernes, 4 de agosto de 2017

TESTAMENTO


Dejad para los buitres lo que sobreviva de mí
y guardad todo lo demás bajo este muro.

-Dijo señalándose el pecho- 

Eso,


será lo importante. 

domingo, 16 de julio de 2017

TREGUA

No permito la redención de mi pena
si cada vez que vuelves caigo como un niño sin manos donde agarrarse,
y la vida se convierte en una fatiga de pensamientos envenenados,
en un grito al espejo que nadie escucha,
un puñetazo al aire por la estúpida certeza de saberte parte.

Saber que todo no fue suficiente, que, incluso
cuando no me quedaba más por dar, lo hice
y no bastó,  me recuerda que hay causas por las que no merece la pena luchar,
aunque haya personas por las que sí.

Me hubiese bastado con un amago de preocupación
para no maquillar palabras con la vana intención de explicarte
que mi vida se deshilacha cada vez que vuelves a aparecer en ella,
y nunca como antes.

Ahora, esta luz intermitente me conduce a otro callejón sin salida
donde no se caminar sin hundirme entre el fango de la memoria,
ni evitar los chillidos impertinentes de las cosas que no nos dijimos.

Vuelve el cansancio,
la ansiedad, las excusas.

Vuelven a doler tus pasos caminando tan lejos, pero tan cerca,
las mañanas de ponerse en pie, pero no acabar de levantarse,
las calles desterrando nuestra historia de nuevo.

Alguien me recuerda que puedo dormir acompañado, pero solo,
y en un intento de quererme me repito  que yo no me merezco eso,
y ella tampoco.
Ya entendí que el guiño cómplice que me hace la noche
no es más que el falso intento de ser feliz por unas horas,
y empieza a ser cansado descubrir que las promesas nocturnas al madrugar se rompen
y los labios con whisky alivian, pero no curan.

Vuelven a escaparse las ganas de quedarme a solas conmigo,
el miedo de mirarme en un espejo nublado y no encontrarme.

Ahora que todo se ha acabado, pero no el dolor,
que vuelves y te vas,
que tambaleas mis cimientos al paso de tus pasos
y todo vuelve a no encajar por ningún lado.
No quiero saber qué despedida será la definitiva,
recaer en ti como un vicio gratuito.

Llevo demasiado tiempo cuidando este silencio, sobreviviendo al día a día.

No confundas echar de menos con amar, sabes que no es lo mismo.

Y aléjate.
Porque no puedo seguir cavando esta tumba ahora, mi amor,
sacando brillo a sueños ya oxidados.
Esta vez, elijo huir,
que volver a ver mi vida derrumbarse ante mis miedos.
Estoy dispuesto a buscar entre mis cosas un hálito de luz que me recuerde
que alguna vez he estado vivo,

y tú, no estabas allí.
Y a seguir
-aún cuando las fuerzas flaqueen y los relojes sigan en nuestra contra
y los domingos pesen como duelen estas manos desde que no estás cerca.-
A seguir,
como quien ya no espera nada
pero lo ansia todo.
A seguir,
porque es absurdo sentarse a esperar,
mientras tú,


te alejas. 

SIN TÍTULO

Hace apenas unas horas la noche prometía éxtasis y felicidad.
Todo estaba rejuvenecido ahí fuera,
un hombre cantaba Los Secretos por el centro,
Ozzman sonreía más de lo habitual
y la luna destapó su timidez para vestir las mejores galas.
El día amaneció advirtiendo
que hoy no era noche para ensillar a la tristeza,
y así lo hice.
Evité pensar que bebía para secar mis lágrimas
y traté de convencerme de que también lo hago por miedo a la sobriedad.
No arrastré mi nariz por ningún lavabo
ni perdí los pocos ahorros que me quedan en invertir a una muerte prolongada.
Tampoco juré lealtad a mi salud
pero, al menos, le permití una tregua.
Ahora,
llego a casa masticando la victoria de haber sabido evadir las trampas de la noche
y respiro un sosiego inquieto,
ajeno y desacostumbrado,
en el que tampoco acabo de sentirme cómodo.
Así que pongo un vinilo,
abro la ventana
y veo la ciudad despertar
mientras bebo la última cerveza de la nevera.
Antes de dejarme vencer por el sueño,
como una bala,
me atraviesa con exactitud la sensación de saber
que mientras algo termina
otra cosa está comenzado.


Pero sigo sin tener muy claro
el qué.

sábado, 15 de julio de 2017

SERÁ SUFICIENTE

Esquivar la cursilería es un acto de fe cuando te miro.
A veces, despierto, 
y creo imaginar que sigo teniendo los ojos cerrados
porque suena a insulto verte descansar del mundo conmigo,
y se antoja a milagro cada poro de luz que se filtra tras la persiana únicamente para iluminar tu espalda.
Desde el primer beso hasta el de anoche no he tenido dudas,
y de momento, con eso me basta.
Imagino que imaginar tu cara en cada vídeo porno
es lo más parecido al amor que conozco,
suponer tu sonrisa detrás de cada lágrima como una señal de aviso a mi tristeza.
Cómo explico que eres capaz de dejar semillas en cada surco de tierra quemada,
quién se creerá que esto no es un sueño y, de verdad, existes.
Por si acaso, no dejes de convencerme,
no sabes lo peligrosamente excitante que resulta saber
que tus bragas están mojadas por mi culpa,
como si yo tuviera algo que ver con los milagros.
Que hace tiempo que me arden los te quieros que me callo
y me gusta imaginar que nuestros silencios se parecen demasiado algunas noches
porque esconden tras de sí el miedo de asumir que las cosas que se dicen en voz alta ya no se pueden borrar.
No negaré mi miedo a hacerte daño
ni afianzaré, tampoco, las mentiras envueltas de promesas que suelen decirse en estos casos.
Me limitaré a estar cuando la lluvia suene dentro y lo necesites,
a desaparecer cuando mi nombre sepa más a estorbo que a compañía.
A cambio,
permíteme la libertad de equivocarme más veces de las que respiro,
la tiranía de una tristeza autoimpuesta a la que, a veces, venzo.
Será complicado,
pero lo conseguiremos.
Tú encárgate de no dejar de sonreír así,
de no soltar el timón al menor suspiro
ni olvidar, en ningún momento, que si algo no te hace feliz siempre tendrás la oportunidad de cambiarlo.
Porque será difícil, mi amor,
te lo aseguro.
Habrá noches en las que me pierda
como un gato callejero
y saldré para afianzar que todas las camareras de las que absurdamente me enamoro
siguen sin fijarse en mí,
pero luego,
de vuelta a casa,
te robaré flores de cualquier maceta,
esconderé los fracasos en los bolsillos,
limpiaré los miedos en el felpudo
y entraré en tu vida jurando hacer añicos de nuestras piedras,
trincheras de cada sueño,
y todo,
porque al virar la puerta
serás tú quien me reciba,
y eso, mi amor,
para quien solo acostumbra a ver puertas cerradas,
siempre
será suficiente.

miércoles, 5 de julio de 2017

ALICIA

El triste musitar de mis palabras a otras bocas
me recuerda las que nunca te dije:
Te quiero. No tardes. Te echo de menos. 
Ahora, son otras mentiras las que me invento, pero las excusas,
siguen siendo las mismas.
Y soy incapaz de imaginar primaveras cuando llueve tan fuerte,
y tan dentro.
De pronunciar los versos que desearías oír
y ya no escribo.

Culpo al tiempo,
al miedo,
al otoño.

Por traer este sabor de nostalgia consumida a mi boca,
el sol cansado cada mañana
y la ilusión entre los dientes de poder ser otro que no sea yo.
Me despierto con la esperanza
de saber que la poesía aun puede unir todo lo que la vida nos rompe,
y me siento cómodo
en el cálido abrazo  de cada tarde anaranjada,
cuando echar de menos es obligación
y la vida pasa por nuestro lado
lenta y pausada
como una canción Asaf Avidan.

Me abrazo a cada recuerdo
con la pasión de un hombre vencido, pero ilusionado
y retumba el silencio de cada palabra enquistada bajo el pecho
porque soy experto en querer y huir al mismo tiempo.
Así que me lanzo al olvido
y paseo por las calles mirando hacia dentro,
lento, cansado y con las manos en los bolsillos.
Mientras las hojas, las putas hojas de los árboles,
se sueltan para volar,
seguramente sin sospechar,
que inevitablemente después del vuelo
serán pisoteadas;

exactamente igual,

que nosotros.

miércoles, 28 de junio de 2017

TODAVÍA

Me toca de cerca tu ausencia cuando me sorprenden pieles extrañas prometiendo vicios, 
y no me niego ante el ansiado privilegio de bajar unas bragas
por la absurda razón de demostrarme que puedo hacerlo
y la triste certeza de saber que ya no te importa que lo haga. 

Luego, busco consuelo en intentar creer que una colección de cuerpos difuminados
conseguirá borrar tus arañazos de mi espalda,
y soy feliz en cada segundo que lo consigo sin intentarlo.

Porque quién sabe si entre tanto tráfico desorientado,
tantas noches de ausencias y vicios,
un día despierto y es tu cuerpo desnudo el que acaricio
sin tener que imaginarlo.

Y vuelve a esta ciudad gris el olor a verano,
y a mi vida la razón para no echarte de menos,
y a mis manos un motivo para volver a creer en dios,

y a tu olvido, un recuerdo que te diga:

Aquí estoy, no estoy muerto.



Todavía. 

lunes, 26 de junio de 2017

LLORÉ

Lloré.
Y no fue por un diploma, un título, ni unos créditos, tampoco por una orla que acabará mal colgada en una habitación vacía, ni por el reconocimiento académico, ni siquiera por creerme ser lo que un papel dice que soy.
Fue, porque cuando tenía catorce años pasaba más tiempo fuera de clase que dentro.
Porque a los dieciséis nadie me dijo; «puedes hacerlo». De hecho, no se cansaron de repetirme que nunca podría.
Es, porque el día que llegué a casa habiendo aprobado únicamente educación física la decepción se hacía eco por todas las paredes, igual que cuando sonaba el teléfono señalando directamente a mi.
Fue, porque siempre me dijeron que en mi futuro no habría cabida para los estudios.
Porque, una vez, le dije a mi madre que quería ir a la Universidad porque era donde iban las chicas guapas, y ella también pensó que me quedaba demasiado lejos. Ambas cosas.
Y porque muchos años y derrotas después, desatendí todas las advertencias y conseguí sentarme en un pupitre con tanta incertidumbre como miedo para demostrar que sin saber muy bien cómo ni de qué manera: podía.
Lloré, porque mi abuela no pudo verlo.
Porque, una vez en la Universidad, cada asignatura aprobada se celebraba con una mezcla de incredulidad y emoción que servía para darme un empujón más.
Porque, aún con todas las razones que les di para ello, mis padres nunca dejaron de confiar en mi.
Porque he sentido propio el dolor de mi padre partiéndose la espalda para que yo pudiera hacerlo, y no le he fallado.
Porque si mi abuelo me hubiera visto subir al estrado a recoger el título se le hubieran llenado los ojos de orgullo.
Lloré, porque nunca olvidé que vengo de una familia donde los logros se consiguieron peleando, y me gusta pensar que sigo esas huellas.
Lloré porque, inocentemente, me acordé de las personas que no pudieron tener las mismas oportunidades que yo y perdí por el camino.
Porque cuando vi a cientos de personas aplaudirnos desde el palco me hubiese gustado sacar un espejo para que vieran que ellos eran los únicos culpables y responsables de que nosotros pudiésemos estar allí arriba.
Porque, definitivamente, fui incapaz de expresar de otra manera la sensación de saber todo lo que había detrás de la mirada de mi madre y de las lágrimas de mi padre.
Y, porque, por momentos como esos
vale la pena demostrarnos
que somos capaces,
aunque se empeñen en repetirnos
que no.




martes, 20 de junio de 2017

28/09/2016

Empiezo a entender de qué va todo esto.
Todo, — la vida —no es más que un conjunto de escombros, retales y piedras que vamos echando sobre nuestros hombros y que, — para poder seguir avanzando —necesitamos moldear, esconder, adaptar, tragar, ignorar, aceptar… cada cual con su método. Pero que, al fin y al cabo, acaba reduciéndose a intentar conseguir que reluzca el barniz por encima de toda la mierda.
Mierda que muchas veces nos es dada, como una guerra, un despido o la muerte de un familiar. Y otras muchas, somos nosotros quienes nos encargamos de sembrarla y cuidarla, por miedo, quizás, a perder una parte de nosotros, como si tapando una herida se lograse olvidarla.
El caso es que así vamos, intentando caminar por encima de todos esos bultos sin concedernos la posibilidad de vivir plenamente, porque eso, señoras y señores, conlleva tiempo y esfuerzo, justamente las dos cosas de las que carecemos. Las dos cosas que más nos cuesta conseguir en el mercado de nuestra ordinaria, simple e irrepetible vida.
Déjenme que les diga que yo ya tuve la felicidad entre mis brazos, que la acuné y la cuidé hasta que acabé rompiéndola. Que yo ya amé hasta sentirme vulnerable, (que es la única forma de amar que conozco), y después inevitablemente lloré. Que no sé lo que es estar en el frente de batalla sin más certezas que las dudas de por qué inventamos guerras, pero sé muy bien a qué sabe el polvo de la derrota, la forma del dolor cuando unos ojos te dicen “Ya no. Todo se ha acabado”, sé lo de ahogarse en los vasos que no conseguí llenar, que también conozco el precio de apostar una vida y fallar, de perder lo imperdible, de llorar lo inalcanzable.
Que vi personas que quería dentro de ataúdes, y veo personas que quiero incapaces de recordar quién soy.

Que recogí lágrimas de la cara de mi madre y convertí en mía la angustia de un padre cuando no tenía clavos estables a los que aferrarse.

Que también sé lo del látigo de la culpa una y otra vez sobre la espalda, por cargas, que quizá no nos correspondan. 

Y sé los gritos que dan los silencios a las cinco de la mañana cuando sigues esperando que aparezcan las mismas cosas que te han quitado el sueño. Sé la sensación de rayar un tenedor contra el plato dentro del pecho por tener que decir adiós a quien querrías decir quédate. Es cierto, sé demasiado de despedidas, tal vez porque dejé marchar a las personas que más quise cuando escarbaron debajo de toda esta corteza y no encontraron nada más que ceniza y dudas. 

Y también sé de la soledad en compañía, del daño que hacen las palabras que no se dicen, de los nudos marineros encallados en la punta de la lengua, de los malabares económicos que supone la felicidad que nos concede la estabilidad. 

Sé lo de sentirse un boleto sin premio y que decidan no apostar por ti. Una y otra vez. 
De los armarios vacios y los pequeños suicidios de vivir solo entre cuatro paredes pintadas de nostalgia.
Sé lo del dolor de cuello por mirar demasiado para atrás, lo de las pastillas para dormir, lo de la tierra entre las uñas por tener que enterrar a personas y recuerdos.
Y sé que se llega a un punto en el que es entendible llegar a pensar que morir es el menor de los problemas.

Porque decir que todo va bien sería faltar a la verdad. 
Las cosas sólo van bien cuando te enamoras, y últimamente el destino no juega de mi parte.
Pero, por suerte, no solo hay días grises en el currículum, y recuerdo que también sé lo que es escuchar el llanto de un recién nacido calmarse entre los brazos de su madre, sé lo que es despertarse al lado de la persona que amas y no saber a quién cojones darle las gracias, que también sé del placer de correrse a la vez mirándose a los ojos, que yo también he paseado con la cabeza por encima de cualquier nube cuando agarraba las manos de las personas que quería.  Que también viví la ilusión de ver el futuro reflejado en los ojos de mujeres por las que hubiera dado mucho más de lo que ahora doy por mí.

Que sé disfrutar del silencio que supone tener el alma en paz. Sé de la tranquilidad que da seguir escuchando respirar a tu abuela. 

Sé lo de sentirse un héroe por convertir el llanto en risa, lo de la euforia de querer gritar a los cuatro vientos que amas, lo de llegar a casa aún con el brillo en los ojos y la sonrisa de tonto. 

Que a mí, alguna vez, también me otorgaron un trozo de corazón a sabiendas de lo torpe y manazas que soy y de lo incierto del destino. 

Que sé lo que supone pensar y saber que no queda un solo poro de tu cuerpo que no esté cubierto de amor, y la plenitud de no esconderlo, de izar la bandera lo más alto posible para que todo el mundo sepa que eres feliz, que alguien te hace feliz. 

Y sé las ganas de bailar cuando el volumen de los problemas baja, las tres millones cuatrocientos cincuenta y seis maneras de decir te quiero que existen, y la seguridad de estar en casa cuando te lo dicen una sola vez, y te lo crees.
Que también he visto abuelos dándose amor, niños jugando en los parques. Y me sé de memoria las vistas desde arriba, desde cualquier beso bien dado, desde cualquier mirada cómplice, desde cualquier sonrisa pura.
Que he visto correr al miedo, sin dejar siquiera un reguero de dudas, cuando dos personas se amaban.
Y por supuesto que sé el valor y el precio de disparar tu última bala a una incertidumbre y ser feliz, que sé lo que se arriesga al querer a los demás muy por encima de todas tus propias piedras. Y lo hago.

Y tal vez por eso, muchas veces, las piedras parezcan enormes rocas. 

Pero aun no conozco otra manera de vivir. 

Yo cargo con esta mochila de ladrillos, como muchos. Y a falta de nadie que consiga reconstruir una casa con ellos, tan sólo espero que reír no cueste tanto y llorar tan poco. 

Y que no olvidemos nunca  que todos esos escombros, retales o piedras, solamente son pedazos de vida que algún día alguien sabrá volver a pegar.

Aunque inevitablemente después,        
se nos vuelvan a caer.

04/01/2017

Voy a llorar.
Y esta sigue siendo la mejor manera que conozco para hacerlo:
escribir.
Apartaré a la poesía por esta vez, necesito pasar menos filtros al mensaje, ser más certero.
Quizás perseguido por esa extraña sensación gratificante de que haya alguien detrás de esta pantalla a quien se le remuevan las tripas y se emocione con lo que cuento. O tal vez, porque precisamente hoy necesito pegar un grito al aire, dejar salir algún fantasma, mirar para mis vísceras y abrir bien las puertas, soltar-en cierta manera- todo lo que pesa.
Las dudas y los miedos con los que a menudo nos fustigamos no menguan, desaparecen por un tiempo, se esconden, huyen, pero más tarde regresan como un ex novio arrepentido para pedirte perdón primero y cobrarte los errores mientras señala sobre las mismas heridas después.
El caso es que la vida, imparable, sigue su jodido curso y cuando me descubro lento y parado frente a ella me entra el vértigo, la ansiedad y los miedos. Supongo que no es nada nuevo, que tal vez vivir sea acostumbrarse a esa velocidad, aceptar que en cualquier momento nos pueden adelantar por la derecha y sin mirar.
Pero entenderlo, no evita el susto, no destensa el nudo de la garganta.
Porque es evidente que la vida no nos deja libres de golpes. 
Y no tendría que celebrar ninguno nuevo si pienso en todas las situaciones y personas que todavía me hacen sonreír y por las que sigue mereciendo la pena llorar. Sin embargo, en este teatro de luces y sombras, también es inevitable sentir de vez en cuando el plomo en el cuerpo, abrazarte a las lagrimas, buscar el exilio en cualquier lugar lejos de uno.

No sé muy bien cómo explicar esta indigestión de emociones, este trago insípido. 
Y me duele no encontrar las palabras a modo de andamiaje para hacerlo, pensar en ese dolor y quedarme pálido, yo, que estoy acostumbrado a convivir con las palabras, a alimentarme de ellas,
y ahora me reconozco incapaz de pronunciar esta herida, de gritar que me duele ver cómo se va la vida en los ojos de mi abuela, lo que echo en falta las manos de mi madre, o cómo me queman los errores que cometí con las personas que quise y nunca acepté.

Lo bueno es que sabemos, aunque,- como Benjamín- no nos lo creamos, que hasta el día más triste se termina a las doce.
Y mañana se nos concederán mil cuatrocientos cuarenta minutos para volver a cagarla. Mil cuatrocientos cuarenta minutos para recordar a los nuestros las cosas que a menudo olvidamos decir, para dar los abrazos que necesitemos dar, para sonreír sin miedo a sentirnos vulnerables y estrangular a los segundos con mucha más fuerza, arrinconarlos, ahogarles, mutilarles, amenazarles, y en el último segundo susurrarles:
-Ayer os escapasteis, pero hoy no.

Hijosdeputa.

miércoles, 7 de junio de 2017

INMORTAL

Cuando vuelvo a casa una de las primeras cosas que hago es ir a ver a mi abuela. Abro la puerta, le cojo la mano y me agazapo a su lado. Ella parece alegrarse porque yo esté allí, pero pronto recuerdo que hace más de un año que es incapaz de reconocer mi voz, además, no creo que apenas alcance a ver, siquiera, las cuatro paredes descorchadas de la habitación en la que pasa la mayor parte del tiempo. Yo suelo preguntarle si ya ha comido, a lo que ella suele contestarme que sí y, a veces, incluso se permite el lujo de decirme que comió tortilla de patatas, o alubias, o jamón, supongo que en un intento de imaginar su sabor en cada cucharada de puré manchado con medicamentos que ingiere cada día. Hay días en los que tiene frío y le duelen los pies y se queja hasta del roce de las sabanas sobre su cuerpo. Cuando trato de levantar las mantas para que la piel oxigene y no le duela tanto me doy cuenta de que incluso la sábana más fina doblaría el peso de su propio cuerpo, y me acojono. Y como si ella notase mi angustia trata de calmarme y me pregunta que dónde he dejado al niño, que si está solo, y yo le digo que no, que está en casa merendando y pronto llegará, aunque no tenga ni idea de a qué niño en concreto se refiere.
A veces las piernas se me cansan y me incorporo de pie a su lado, ella parece intuir que me alzo y algunas veces exclama: ¡así, así, alto, guapo y firme! y me gusta pensar que realmente puede verme a través de mi borrosa silueta y se enorgullece de mí. Después, se cansa, vuelve a divagar, a mezclar algunos recuerdos y se inquieta porque quiere salir de ahí y no puede. Cuando le pregunto que a dónde quiere ir me contesta que al mar, yo le digo que mañana la llevaré a Suances y ella, con pena y añoranza, me dice que solo conoce el Sardinero, como si de alguna forma supiera que el mañana del que le hablo no va a llegar nunca y tenga que conformarse con imaginarlo el medio minuto que es capaz de retener mi anterior frase.
Se preocupa porque no esté solo, le aterra que me caiga porque sabe que ella ya no puede recogerme, y me dice que llame a alguien para que me acompañe a casa, que aun hay muchos hoyos en el camino que une su casa de la mía, y el cual asfaltaron perfectamente hace más de cincuenta años. Los ojos suelen llorarle a menudo, supongo que muchas veces tratando de destilar la tristeza y otras por el cansancio, a veces también le escuecen, y cuando se rasca y le pregunto que por qué le pican me dice que es por el jabón con el que estuvo limpiado la ropa en el lavadero por la tarde, y después de una vida al servicio de los demás yo me pregunto si no es hora de que descanse aunque sea dentro de su propia cabeza y ceda, al menos por una vez, los cuidados a los demás, siendo ella la que se deje cuidar esta vez. Pero no lo logra, y aunque no sea capaz siquiera de levantarse de la cama por voluntad propia, ella cree que siempre ha dejado algo por hacer; tender la ropa, sacar las patatas, la comida de su padre… No alcanza a entender que hace bastante tiempo que esa vida se perdió y ahora sólo tiene que rendirse cuentas a ella misma y descansar.
A veces, se pone nerviosa y llama a gritos a su padre, a quien yo nunca llegué a conocer, y le digo que está trabajando, que no se preocupe, pero ella no cesa y, al rato, tras comprobar que no es cierto, también reclama a Lita o a Conchita, porque vienen a robarla y está sola, y lo hace hasta quedarse apenas sin fuerza ni voz. Yo no sé cómo calmarla y me angustia imaginar el miedo que debe estar sintiendo al ver que ninguna de las personas a las que llama puede presentarse para tranquilizarla, y solamente cuando se le agotan las fuerzas, lo cual puede durar horas, cae rendida y se duerme, pero no en un sueño tranquilo y placido, sino en un descanso obligado porque ya no le cabe más angustia y tristeza en el cuerpo.
Muchas veces me detengo a contemplarla detenidamente y veo en sus ojos desgastados la preocupación y el cansancio de no encontrarse a sí misma, pienso en todas las caricias que han podido dar esas manos en otras épocas, cuando envejecer aún era una utopía, y el contraste de su piel con la mía me asusta. Así que trato de convertir en aprendizaje cada pensamiento envenenado de tristeza y realidad. Me repito a mí mismo, sin creérmelo demasiado, que esto también forma parte de la vida, aunque no deje de dudar si realmente a esta condena alargada y silenciosa donde ella no tiene el control de nada, realmente puede llamarse vida. Después le doy un beso y ella arruga el morro y trata de devolvérmelo y, con eso, me conformo. Sin embargo cuando peor lo paso no es cuando compruebo lo jodidamente bonita y cruel que es a veces la vida, es cuando me toca despedirme y mis dedos, que siguen envueltos en su frágil mano, tratan de soltarse, y cuanto más lo intentan, ella, más fuerte los aprieta. De hecho, y aunque me duela decirlo en voz alta, algunas veces, evito cogerle la mano precisamente por no tener que soltarla después. Supongo que ella sólo trata de alargar un rato más la compañía, pero cuando siente que la huída es seria y adivina que volverá a quedarse sola, llora, y lo entiendo, porque nadie quiere estar solo cuando tiene miedo. Pero yo no sé cómo irme sin hacer daño, así que trato de hacerlo rápido y sin pensar demasiado, aunque conmigo me lleve la sombra de no saber si será mi última despedida y la tristeza hecha verdad de dejarlo todo al azar y al tiempo.
Sé que es imposible desanudar los daños, y cuáles son las reglas de este juego, pero tampoco es agradable ver sus abrasados pies caminando poco a poco hacia la tumba, eso es evidente. Y, a pesar de esto, me gusta suponer que entre tanta confusión y ruido ella alguna vez sabe quién soy y se alegra de tenerme ahí. Que incluso, ahora, que no es capaz de juntar una frase que tenga sentido con la siguiente, ni de mantenerse en pie, ni siquiera de comer por ella misma, sigue haciéndome aprender. Porque me obliga a recordarla que la quiero y a pensar en que el momento de decirlo y demostrarlo es ahora, porque mañana siempre será tarde, me convence de que es importante tener cerca a las personas que quieres, porque lo de existir es un cuento que se acaba demasiado pronto y demasiado mal, y, en esencia, me enseña a vivir, en cada despedida.
Aunque me gusta imaginar que no hay adiós que le valga,
porque ella es inmortal, al menos, hasta que se demuestre lo contrario.

miércoles, 31 de mayo de 2017

CANCIÓN DEL PIRATA


Con cien roncolas por banda
viento en popa, a toda vela,
no veo mar, pero vuelo
cual velero bergantín.

Puto borracho que llaman
por sus ciegos, el temido
en todo Asturies conocido
del uno al otro confín.

La luna en el mar riela,
y yo en la lona tirado
y alzan en blando movimiento
chupitos de Jagger y Anís,
y ve el puto borracho
cantando alegre canción
Campa a un lado, al otro lado chicote
y allá a su frente la mon.

Vomita, borracho mío,
sin temor,
que ni duras vacunas,
ni azúcar, ni kebabs,
tu rumbo a torcer alcanza,
ni a sujetar tu valor.

Veinte rayas
hemos hecho
a despecho
del las exs,
y han rendido
sus pendones
cien potadas
a mis pies.

Qué es mi copa, mi tesoro
Qué es mi dios, la epidural
Mi ley, la coca y el eme
Mi única patria, el hospital

Allá muevan feroz guerra
ciegos reyes
por un hielo más en copa:
que yo aquí tengo por mío
cuanto abarca esta nevera
a quien nadie impuso leyes.


Y no hay whisky
sea cual quiera,
ni mojito
de esplendor,
que no sienta
mi derecho
y dé fuego
a mi valor.

Qué es mi copa, mi tesoro
Qué es mi dios, la epidural
Mi ley, la coca y el eme
Mi única patria, el hospital

A la voz de ¡Manuel viene!
Es de ver
como vira y se previene
a todo trapo a escapar,
que yo soy el borracho del pueblo
y mi sed es de temer.

En las mezclas
yo divido
lo cogido
por igual:
sólo quiero
por riqueza
borracheras
sin resacas.

Qué es mi copa, mi tesoro
Qué es mi dios, la epidural
Mi ley, la coca y el eme
Mi única patria, el hospital


¡Sentenciado estoy a muerte!
yo me río:
tengo un ciego de la hostia
y no estoy pa tonterías
y al mismo que me condena
colgare de alguna antena
quizá en su propio garito.

Y si caigo
¿Qué es la vida?
Por perdida
yo la di
cuando el culo
de la birra
como un borracho
bebí.