domingo, 16 de julio de 2017

SIN TÍTULO

Hace apenas unas horas la noche prometía éxtasis y felicidad.
Todo estaba rejuvenecido ahí fuera,
un hombre cantaba Los Secretos por el centro,
Ozzman sonreía más de lo habitual
y la luna destapó su timidez para vestir las mejores galas.
El día amaneció advirtiendo
que hoy no era noche para ensillar a la tristeza,
y así lo hice.
Evité pensar que bebía para secar mis lágrimas
y traté de convencerme de que también lo hago por miedo a la sobriedad.
No arrastré mi nariz por ningún lavabo
ni perdí los pocos ahorros que me quedan en invertir a una muerte prolongada.
Tampoco juré lealtad a mi salud
pero, al menos, le permití una tregua.
Ahora,
llego a casa masticando la victoria de haber sabido evadir las trampas de la noche
y respiro un sosiego inquieto,
ajeno y desacostumbrado,
en el que tampoco acabo de sentirme cómodo.
Así que pongo un vinilo,
abro la ventana
y veo la ciudad despertar
mientras bebo la última cerveza de la nevera.
Antes de dejarme vencer por el sueño,
como una bala,
me atraviesa con exactitud la sensación de saber
que mientras algo termina
otra cosa está comenzado.


Pero sigo sin tener muy claro
el qué.

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