miércoles, 5 de julio de 2017

ALICIA

El triste musitar de mis palabras a otras bocas
me recuerda las que nunca te dije:
Te quiero. No tardes. Te echo de menos. 
Ahora, son otras mentiras las que me invento, pero las excusas,
siguen siendo las mismas.
Y soy incapaz de imaginar primaveras cuando llueve tan fuerte,
y tan dentro.
De pronunciar los versos que desearías oír
y ya no escribo.

Culpo al tiempo,
al miedo,
al otoño.

Por traer este sabor de nostalgia consumida a mi boca,
el sol cansado cada mañana
y la ilusión entre los dientes de poder ser otro que no sea yo.
Me despierto con la esperanza
de saber que la poesía aun puede unir todo lo que la vida nos rompe,
y me siento cómodo
en el cálido abrazo  de cada tarde anaranjada,
cuando echar de menos es obligación
y la vida pasa por nuestro lado
lenta y pausada
como una canción Asaf Avidan.

Me abrazo a cada recuerdo
con la pasión de un hombre vencido, pero ilusionado
y retumba el silencio de cada palabra enquistada bajo el pecho
porque soy experto en querer y huir al mismo tiempo.
Así que me lanzo al olvido
y paseo por las calles mirando hacia dentro,
lento, cansado y con las manos en los bolsillos.
Mientras las hojas, las putas hojas de los árboles,
se sueltan para volar,
seguramente sin sospechar,
que inevitablemente después del vuelo
serán pisoteadas;

exactamente igual,

que nosotros.

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