viernes, 19 de enero de 2018

CARTA DE BIEN(DESPEDIDA)

Lo más difícil, en estos casos, siempre es saber qué cosas se quedarán fuera de la maleta, no dentro. Qué libros son los imprescindibles, qué CDs podrían soportar quedarse abandonados en un rincón de la habitación o qué fotos descolgaré del corcho para que me acompañen. 
Hace unos días, Saúl, me decía que la vida es un cúmulo inevitable de despedidas. Y supongo que, como siempre, llevaba toda la razón consigo. Despedirse no deja de ser algo ineludible, muchas veces obligado por las circunstancias, otras, como ahora, provocado por uno mismo. El caso es que nada permanece estático e inalterable. Las personas vamos dando tumbos por el mundo, perdidos pero seguros, chocando los unos con los otros, encontrando y perdiendo, perdiendo y encontrando.. y muchas veces, la mayoría, sin saber muy bien hacía dónde vamos o detrás de qué. Cambian los hábitos, las costumbres, los paisajes, e incluso, a veces, la forma de sentarse a afrontar y entender el mundo. Y está bien que así sea. Está bien que todo sea susceptible y vulnerable, que haya caos y desorden, que nos equivoquemos mientras a nuestro alrededor todo se mueve sin sentido aparente. Porque la realidad es que absolutamente nada es seguro, todos somos prescindibles y tarde o temprano desapareceremos, o nos mudaremos con la música a otra parte, dejando por el camino, con nuestras ausencias, huecos profundamente hondos e irreemplazables. Y cuanto antes lo aceptemos; mejor. Porque creérnoslo nos obligará a dejar en los margenes de nuestra vida las cosas sin importancia, y a valorar el presente y sus circunstancias como el regalo que realmente es, sabiendo que por muy fuerte que nos agarremos los unos con los otros, llegará un momento inevitable en el que los brazos se tengan que soltar.
Es descarnador si ponemos las miras en todos esos detalles que se quedan atrás. Incluso al ser más vivo sobre la tierra le desconsolaría detenerse a imaginar cómo gira el mundo sin él mismo.
En mi caso, no me despido eternamente. Es simplemente un "hasta luego" o un "nos vemos pronto", endulzado con la alegría de perseguir algo que busco, pero necesariamente triste, porque no deja de ser algo agridulce decir adiós mientras te miran los ojos que amas. Y cuando miro por el retrovisor es inevitable no ver el reflejo de todo lo que se queda aquí, aunque lo lleve conmigo. Es duro imaginar a una madre asomándose, llena de tristeza, a una habitación ya vacía, a un amigo pensando en lo mucho que hubiera disfrutado en la fiesta a la que le invitaron, o a mi perro, incomprendido, olfateando mi chaqueta olvidada en el salón, con lástima e inocencia.
Pero es aliviador, hasta cierto punto, saber que las cosas que se van están dejando hueco a lo que sigue. Y todo sigue.
Yo me voy, un año, lejos de España, rodeado de mar y bajo el mismo sol que nos ilumina, pero con algo más de fuerza y persistencia. Me voy porque a veces, la vida, te exige saltar o sentarte, y yo sólo estaba esperando el empujón necesario para marcharme, y porque no me perdonaría renunciar a lo que quiero por lo que tengo.
Me voy, después de un año maravilloso y sin grandes derrumbamientos emocionales haciendo balance de lo que dejo y lo que vendrá.
Me voy felizmente triste. Porque os veo abrazarme en silencio. Decirme frases lapidariamente alegres. Mirarme con cariño, aprobación y lástima.
Sabiendo que cuanto más sonría yo menos llorareis vosotros.
Y me voy, como siempre, sin saber cómo despedirme de las cosas que amo, para que Saúl me diga:

-Esas, nunca se despiden.

No hay comentarios:

Publicar un comentario