lunes, 7 de agosto de 2017

González Besada


"Hay cosas en la vida
que sólo se resuelven junto a un cuerpo que ama."
Javier Egea



Ya no escucho tus jadeos de perra en celo, de diosa insumisa,
haciendo eco en las paredes de esta habitación.
He olvidado el sabor de mi lengua de gato por los pliegues de tu piel,
el silencio obligado en cada polvo a escondidas,
la inocente mirada cómplice con la que me permitías disfrutarte a cada poro.

Sin embargo, recuerdo que, a veces,
cuando volvía borracho a casa arrancaba las flores de las macetas
para regalártelas.
Y lo sé, porque ahora veo como crecen en los tiestos y me asusta imaginar que ya nadie las roba por amor.

Quiero pensar que tú tampoco lo olvidas,
que el recuerdo no pasa por ti en forma de cicatriz,
sino de caricia,
y sonríes.

-Además, siempre has sabido que sonreír
era hacerle la mayor competencia al mundo,
aunque nunca quisieras admitirlo.-

Sospecho que la ausencia está justificada, y
bajo estas grietas era imposible vivir, lo entiendo.
Y no me molesta tanto estar solo como estar sin ti.
Es sólo tristeza atragantada,
recuerdos que aun no sé donde colocar para que no duelan,
secuelas enraizadas bajo este techo sobre el que ya no habitas.

Porque, a veces, abro la puerta del hogar donde no estás
y te echo tanto de menos
que empiezo a no saber cual de todas las verdades era mentira,
cual de todas las noches
era verdad.


Y duele. 

El sueño ha caducado: 
París no nos espera,
hace tiempo que nuestra canción dejó de sonar
y en los espejos del ascensor ya nadie folla.
La vida, mientras tanto,
sigue impasible con su aplastante cotidianidad manchándolo todo de rutina y miseria. 

Y yo, solamente, trato de no pensar que esta vez sí,
que cuando, consumido por la noche y los vicios,
suba los 36 escalones que separan el portal del hogar donde antes nadie nos vencía,

estarás ahí,
con la cama sin hacer
enganchada a tus series
y fumando tranquila,
y yo, no tendré que enfrentarme a esta soledad acusadora,
a este goteo de sombras y silencios
con el que me acuesto cada noche
y me levanto
a cada segundo,
para preguntarme en qué preciso momento cambiamos la risa por el kleenex,
en cuál de todas estas tristes esquinas se nos perdió la esperanza
o dónde escondimos las ganas de vernos desde aquella última vez. 

Por suerte,
cerrar los ojos me obliga a verte sonriendo y feliz,
con las flores que ya no arranco entre las manos,
aunque sea incapaz de abrirlos

para afrontar mi vida

y la verdad.











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