Llevaba un rato mirando cuando se dio cuenta
y sonrió.
Era igual que mi abuela.
Con su mirada profunda y cálida, esa forma
de estar en el mundo con alegría y ganas
de seguir en él.
Se daba aire con la tarjeta de embarque. Miraba a sus nietos
complaciente
tras el trabajo bien hecho.
No decía cuidado, te caerás, sino levanta y lucha.
Esperaba tan paciente
tan bien puesta.
Era igual que mi abuela. Misma pose. Misma ternura. Mismo resultado.
Igual es ella -imagino-.
y lleva más de diez años perdida entre aeropuertos
sin saber cómo volver.
Vuelvo a mirarla. Intuyo su perfume
esparcido en el escote. La risa
entre sus frases. Las piernas
torpes y quebradizas sobre las que descansa el bolso, seguro
lleno de cigarros y carmín.
Me mira. Lloro.
Era igual que mi abuela
si no estuviese muerta.
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