Será que, entre paredes blancas, tubos
y delirios, mi abuela
se murió
sin despedirse.
Que mi tía
no dejó ninguna carta, ni si quiera una palabra, un nombre o una coma
antes de dispararse.
Y, desde entonces, mi padre es lejano y extraño
cómo una silueta vacía habitando la casa.
Que a Luis lo encerraron
y nunca le dije te equivocas de vida,
cambia,
deja la coca.
Que las mujeres que he amado
una a una,
como piedras corriendo ladera abajo,
huyeron.
Que no he vuelto a saber nada
de los amigos que un día sangraron
e hicieron sangrar
por mí.
Será el silencio
con el que apenas hablo a mi hermana.
El miedo,
a que quiera volver a morirse
y yo esté lejos
otra vez.
Será, que cuando la depresión
hizo saltar de la ventana del hospital
a mi otra abuela,
yo tampoco estaba allí.
Lo lejos
y oscuro
que está todo cuando todos se van.
La lista de palabras que hubiera dicho
a tantas personas
tantas veces
y hoy ya no.
O será, tal vez, este pánico atroz al abandono
que se ha ido enraizando en mí
como el asfalto al camino.
O el sentirme sólo, de nuevo, al amparo de uno mismo,
viendo como todo se disuelve alrededor
y nada se despide antes de desaparecer.
Pero te entiendo.
Y entiendo que, a veces, los sueños
están lejos y opuestos,
y tengamos que ir.
Es sólo, que no sé cómo domar la pena entonces,
cómo extender el brazo y decir adiós, cuídate,
y soltarte la mano con entereza y seguridad
Porque me acorralan los miedos
con sus camisas de fuerza,
y me hago pequeño,sin ganas,
inútil,
más pobre
y vacío.
Obligado a aprender que, de alguna extraña manera,
aquellas cosas que nos dejan sin despedirse
siempre
se quedan.
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