Aquellas noches de invierno
que ya eran días,
cuando llegaba
escondido tras mi sombra
borracho
e inútil
a una habitación donde tú aún descansabas,
-seguro de mi-.
Me acurrucaba
mudo
y sutil
a tu lado
ahorrando con mi silencio
una explicación innecesaria
y un reproche obligado.
Luego
miraba tu espalda,
desnuda y tardía,
y pegaba los restos de mi cuerpo al tuyo
imaginando
que justo ahí comenzaba mi noche
y no
dos polvos y un día
atrás.
No hay comentarios:
Publicar un comentario