"Come in, she said
I'll give ya shelter from the storm"
Bob Dylan
Echo de menos la libertad, el crepitar
de un calor que ya no siento desde hace tiempo. La vida
cuando era vida.
Aquella época sin banderas ni destino. La sangre
en las rodillas. El respirar sin miedo a ahogarme.
Alejarse de un hogar
en busca de una casa donde poder ser uno mismo. Acelerar
sin el menor titubeo, con la prisa en los bolsillos,
con el ansia de llevarse la vida por delante -como diría Jaime-
y encontrar palabras que rezan esperanza, huecos
por donde atajar un par de palmos al destino, labios
que supieron mirarme.
Ahora, sin embargo, escribo desde el golpe, desde la oscuridad y el fondo.
Y supongo que soy feliz cuando no pienso en ello;
La vehemencia de los años atravesando el tiempo
abriendo paso al resto;
el polvo sobre mi herida, la depresión las pastillas,
el duelo.
Las lágrimas que no lloré
queriendo creer
que escribir me salvaría.
Las mujeres a las que amé
y no supe evitar el daño.
El padecimiento devorando la esperanza.
Siento
que ya no estamos todos y a todos
nos falta algo
y es triste
tanta tristeza.
Se alejan
los recuerdos de un patio lleno de perros, mi abuela
ordenando las flores, el olor
a campo abierto.
Y comienza a resultar cansado nadar sobre el barro, buscar en los espejos
el perdón
y no encontrarse.
Ahorcar palabras en busca de sentido, a modo de supervivencia.
Toca
aprender a masticar los cristales del tiempo, convertir
estos días de sombras en un lugar habitable.
Entender, supongo, el camino
las goteras del llorar, el miedo. Creer, al fin, creerme,
que tras el reverso de esta nube negra
hay luz,
la misma luz,
cálida y amable de una bienvenida
la misma luz
con la que empiezo a calentar mis manos
tan cansadas ya
de escribir tan sólo
ausencias.